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Raúl Canales
Martes, 5 de abril 2022, 12:56
Cuando Saúl escucha que Eusebio Sacristán ganó una Copa de Europa y que jugó veinte temporadas en Primera, abre los ojos asombrado. «Lo voy a buscar luego en internet», asegura mientras mira de reojo el nombre de la fundación que luce en su camiseta.
Este mirandés de 15 años es uno de los sesenta niños de la ciudad que forman parte de la escuela inclusiva que dirige el exfutbolista de Barcelona, Celta o Valladolid. Tras cuatro meses de entrenamientos, Saúl acaba de fichar por la cantera del Mirandés, igual que Mamadou, aunque en este equipo eso es lo de menos. En la Fundación Eusebio Sacristán, que tiene sedes repartidas por toda la comunidad autónoma, no importan los resultados. Ganan todos. En la pizarra no se dibujan tácticas sino palabras como integración o compañerismo. Tampoco se valoran las cualidades técnicas ni la posición en el campo porque es un proyecto diferente, que pone en valor la otra cara del fútbol, la más alejada del espíritu competitivo.
Eusebio, que creció dando balonazos a la pared de la iglesia de su pueblo, sabe bien que en el fútbol no todos tienen las mismas oportunidades. Para poder triunfar, le tocó emigrar muy joven de La Seca a la gran ciudad.
Han pasado muchos años y el fútbol se ha modernizado en todos los aspectos, pero todavía hay infinidad de talentos en el entorno rural a los que nadie descubrirá. Otros niños directamente nunca formarán parte de un club porque no pueden pagar la cuota o simplemente por tener una discapacidad física o mental. Consciente del poder de transformación social que tiene el fútbol, Eusebio decidió montar una escuela inclusiva, «en la que todo el mundo pueda disfrutar del deporte y sentirse parte de un grupo», explica Juan Carlos Rodríguez, que compartió vestuario con Sacristán en su etapa como jugador y que le acompaña en esta andadura.
Ambos conocieron la elite. El fútbol les enseñó todo. «Aprendimos a superarnos, a sortear las dificultades, a crecer como personas y disfrutamos de una vida rica en cuanto a viajes, amigos, fama...», asegura. Ellos tuvieron la suerte de llegar, pero no se han olvidado de que la mayoría se queda por el camino, y sobre todo, de que muchos ni siquiera tienen una oportunidad de sentirse parte de un vestuario. Para niños como Saúl o Mamadou va dirigido su esfuerzo desde que colgaron las botas. «Lo hacemos por egoísmo, porque realmente recibimos más cariño del que damos, y ver su sonrisa es la mejor recompensa», afirma con humildad Juan Carlos, que aún se pone el chandal cada vez que puede para entrenar.
Diversión como lema
«Lo más importante aquí es pasarlo bien», deja claro Saúl, que ha interiorizado el lema que rige el espíritu de la fundación: «con nuestras diferencias, todos somos iguales», remarca.
No importa fallar un pase o el gol más fácil; la victoria es que todos puedan jugar. Algunos de los menores llegan derivados por los Servicios Sociales y otros se apuntan por iniciativa propia. No hay requisitos y a nadie se le preguntan los motivos. «Poco a poco se van abriendo y vas conociendo los problemas que tiene cada uno», reconocen los integrantes de la asociación de veteranos del Mirandés, que son quienes entrenan a un grupo heterogéneo el que hay niños y niñas de 3 a 15 años. Su implicación es fundamental para llevar adelante el proyecto, que cuenta también con el apoyo del Ayuntamiento. «Es complicado preparar las sesiones cuando hay tanta diferencia de edad y de capacidades, pero más que mejorar futbolísticamente buscamos que se sientan felices», afirman. Logran el objetivo y solo hace falta ver la ilusión con la que todos los pequeños acuden cada martes al polideportivo. Durante dos horas se olvidan de todo y la sonrisa no se borra de sus caras.
«Nunca había jugado en un equipo», apunta Mamadou, que llegó a Miranda hace poco más de un año procedente de Senegal. Sus habilidades no han pasado desapercibidas para el Mirandés, pero igual que Saúl, aunque han fichado por la cantera rojilla siguen acudiendo a la escuela inclusiva porque «nos lo pasamos muy bien y queremos seguir con nuestros amigos».
Algún día quizá les veamos en Anduva. Pero mientras sueñan con emular a Camello o Hassan, ya pueden decir que son campeones: han ganado la liga de la inclusión. La más importante.
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